Rock Barranquilla Colombia 1970 - 1975

Memorias De Un Rockero

Por Eduardo Jalube

No es nada nuevo mi lucha y empeño para lograr que el rock ganara un lugar en nuestra ciudad. Puedo afirmar que el rock entró a Colombia y probablemente a Suramérica por Barranquilla.

Cuando mi generación, a mediados de los sesenta, iba a las matiné del Metro a ver las películas de Elvis o ver a Trini López cantar la ‘Bamba’ ya se comenzaba a calentar el ambiente, que vino a reventar con la llegada del primer álbum de Los Beatles, que en español se llamaba ‘Las escobas que cantan’.

Pero cuando realmente nos afectó fue con la llegada de un disco que se llamó ‘La invasión británica’ o ‘Inglaterra a Go-Go’, en el que por primera vez se escuchaban grupos como The Yardbirds, que después sería Led Zeppelin, The Kinks, Hernan Hermits.

Ahí es cuando realmente nace el rock barranquillero. Surgen grupos como Los Tornados, Los Clippers, de los hermanos Bradford; Danger Devils, de Moisés Sabbagh; Dark Shadows, de Darío Ospina, y Los Tom, que era mi grupo, aunque me ‘friqueaba’ el nombre.

Los conciertos eran en los colegios o en el
teatro Coliseo de la 82, cuna del rock’n roll ñero.

Había mucho entusiasmo, minifaldas, botas go-go y muchos padres correteando a sus hijas en los conciertos. De repente irrumpen los setenta y ¡woao!, un gran reviente: Woodstock, la liberacion sexual, el LSD, que fue la droga que influenció para bien o para mal dicha generación.

Los Beatles cambiaron el peinado y se fueron a la India a meditar y sus letras cambiaron, no eran mas “She loves you, yeah, yeah”, sino “Lucy in the sky with diamonds”, entonces supimos que el mundo definitivamente nunca más sería igual.

Aquí también se sintió, a pesar de la represión familiar contra los cabellos largos, y policial en los conciertos, pues muchas veces terminamos en una comisaría sólo por hacer Rock’n Roll.

Vino ‘Concha de coco’, el trío que llamaban el mejor producto, con ‘Cabeza de Galón” Toja en la batería, el gringo Jaramillo, la guitarra más rápida que ha cruzado por estos lados, y mi persona en el bajo. Era una especie de sucursal del trío británico la Crema: Clapton, Bruce y Baker.

Los Daccarett Blues Band, los favoritos de las chicas que gritaban y correteaban al inolvidable Pipo Shaw, su cantante. Y no podían faltar Los Colores del Tiempo, de los hermanos Visbal, que representaban la rebeldía y la fuerza dura anti-estableciemiento.

Al cabo de un tiempo me uní a Los Colores, y aunque discutíamos y nos dábamos muñeca en escena, musicalmente nos comprendíamos y vibrábamos al ritmo frenético del Metal Pesado.

¡Ah! ¡Qué tiempos aquellos.

Barranquilla on the Rock’s

(Reprinted from El Heraldo de Barranquilla)

Por Adlai Stevenson Samper

La primera noticia rockera en el horizonte musical barranquillero fue la presentación en 1955 de una película de Bill Haleys y sus Cometas en el cine Metro. Hubo, por supuesto, arrebato y baile con la nueva moda que bien pronto sería sustituida en los sesenta por el endiablado twist, paso obligado para llegar a los movimientos de la nueva ola del cine mexicano con César Costa, Enrique Guzmán y otros, quienes forjaban a su manera una adaptación latina de la iconografía fílmica del mundo gringo de ese entonces. En Bogotá no eran tan diferentes las cosas. Se inventaron a Lyda Zamora, la Chica Ye Ye de Colombia; a Harold, Óscar Golden, Los Speakers, Los Flipers y un combo que a la larga no era muy extenso. Las figuras más carismáticas para los adolescentes y la juventud de principios de los sesenta en Barranquilla fueron Elvis Presley, idolatrado en películas en que siempre, como buen muchacho de suburbio norteamericano, salía bien librado y coronado con la chica más linda de los alrededores, igual que las inocentes travesuras de celuloide de los melenudos de Liverpool con sus caras y pintas de aparente tranquilidad en la locura, deslizándose raudos a lo ‘Lucy in the Sky with Diamonds’.

Así que cuando comenzó la piedra de la juventud del primer mundo, con el establecimiento y uno de los medios de expresión fue el rock, bastó que llegaran de a poco las informaciones a Barranquilla —una ciudad por demás que siempre estuvo atenta a estos procesos musicales externos— para que lentamente fuera surgiendo un movimiento propio en torno al rock, con grupos, bailes, modas y figuras representativas que conformarían el mosaico local de esa música.

Un fenómeno que abarcó varias zonas de la ciudad: el Prado, la calle 84, Parque Venezuela, Parque
Washington, Bellomonte, una especie de ‘grocery’ ubicada a una cuadra de la iglesia Torcoroma; Bellavista, Delicias y Boston, y que propició una verdadera cruzada de escenarios en que se mostraba a sus anchas la beautiful people currambera. Nada de saperías, puro amor y paz, todo bacano mi hermano, sodisíma la vaina, desterrando los freaks y la mala nota. Porque todo era muy anglo, con mucha bandera gringa de estrellas y barras, soñando los adolescentes de entonces que además de los paraísos artificiales propuestos y dispuestos también estaban las licencias del amor libre y soberano en que solo bastaba compartir la aventura de un concierto con la acompañante para enrolarla, en todas las acepciones del término, llevándola a la boca para soñar con Led Zeppelin, Cactus, The Cream, Grand Funk Railroad, Santana Band, Jethro Tull, Genesis, Rick Wakeman, Yes, Emerson, Lake y Palmer, que eran los grupos con mayor fanaticada en la ciudad.

Cuando se estrenó el film ‘Woodstock’ en el antiguo cine Murillo, las colas doblaban la cuadra y fue ocasión propicia para apreciar lo último en mechas y adornos psicodélicos, pues re-crear el mítico festival en cine era casi como disfrutar aquí, en casa, todos los hermosos pormenores de los tres días de paz, música y amor que conmovieron el mundo. Otra película que solló a Raymundo y todo el mundo fue una de Joe Cocker con su Banda de Perros Rabiosos e Ingleses presentada en función de estreno nocturna en el Metro, con una presentación previa del grupo bogotano ‘Las Ratas Urbanas’, que
desataron en su toque una verdadera fumigación masiva de los emocionados espectadores.

También las funciones terribles de fin de semana en los cines Coliseo, Doña Maruja y el Lido; siempre el mismo combo esperando el pretexto del heavy para desatarse soltando las amarras para desesperación de la plácida multitud que los observaba con una mezcla de burla y desprecio. Y después la rumba seguía en algún Honguito, que fue la curiosa denominación que se les dio en Barranquilla a las verbenas rockeras, llenas de humo y de vino de uva, de amor sin barreras, de locura y desesperación, de cruce de vidas buscando quién sabe qué repique especial de la batería, de algún punteo de la guitarra que abriera las puertas de la definitiva dimensión desconocida.

Aquel enero inolvidable de 1971 en el parque Santander, inaugurando el año del ratón con un concierto del grupo ‘Sobredosis de Celuloide’, en que aparece la Policía y coloca en obvia desbandada a la mayor parte de los espectadores, desaforados por las calles pidiendo refugio universal en las puertas de la escuela de Bellas Artes ante la arremetida de los bárbaros, llave!

Cuentan que algún día de esos años, García Márquez vio a un grupo de muchachos barranquilleros que interpretaban a la banda de rock latino Santana. Se le pidió a su buen criterio estético la confección de un nombre para el grupo y resultó ‘Los colores del tiempo’, integrado en su primera época por Chalo Malabet en la guitarra, Mario Vásquez en el bajo, Chicho Visbal en la batería, Pello Visbal en el órgano y Jimmy en las congas. Fue uno de los grandes animadores de la escena rockera junto con los ‘Dacarett´s Blues Band’, ‘Cualquier día de mayo’, ‘Sangre coagulada en tubo de ensayo’ y sobre todo el grupo de Eduardo Jalube, Toja y el Gringo Darío: el irreverente y ácido sonido heavy de ‘Concha de coco’.

El más conocido de los animadores de la escena musical de entonces era el programa radial de Juan Carlos Buggy en Radio 15, con un sugestivo nombre que despertaba y encendía anhelos a las 10 de la noche, de lunes a viernes: ‘Espacio Libre’. A veces aparecía, para gloria de todos los coletos de la loca-lidad, con unos segmentos escogidos de la ‘Ópera de Pekín’ intercalados con ‘Deep Purple’ y los ‘Rolling Stones’, pues los Beatles había salido voluntariamente de circulación y su sonido sereno y melódico se antojaba como pendejón frente a las lisuras de grupos como ‘Black Sabbath’, que revolvían los nervios con su estruendo de ultratumba.

Ese rock que se escuchaba en el viejo almacén Daro de la calle San Blas del centro, con sus facilidades en las cabinas para escuchar música de gratis, moviendo los estantes para desesperación del difunto Oñoro, que se llenaba de paciencia con tanto muchacho peludo dando vueltas por su almacén sin comprar. Afortunados los que tenían amigos en la Yunai y les traían sus discos con tremendas carátulas que hacían padecer de vergüenza a las que se inventaban las disqueras criollas, verdaderos adefesios baratieris para salir del paso y garantizar, inteligentes que eran, que nadie les comprara nada, esperando todos la llegada del que les traía el ansiado encarguito musical del exterior.

Pero el pionero rock barranquillero de los setenta era desesperadamente tropical y terminó asumido, sumido por sí mismo, tragado en su vorágine cuando pasaron las modas internacionales y se calmaron las jaranas del hippismo y del amor libre. Los pelos lentamente se fueron recortando, los adornos extravagantes desaparecieron y los bravos muchachos de ayer se estrenaron de universitarios, de ejecutivos, casados, con hijos, para servir a la sociedad, trabajadores y por supuesto se rodearon de gran parte de lo que antes criticaban con vehemencia. Excepto Jalube, que persistió empecinado con su grupo en la pista del rockódromo y de recopiladores de discos e informaciones del estilo de Roberto Abello, al resto de la tribu le fue indiferente la suerte del rock local, hasta hace una década en que fueron recogidas las banderas por una nueva generación.

Aquellos jóvenes de los setenta que arrumaron los bluyines raídos y los instrumentos musicales en las esquinas y paredes de sus casas, esperando con paciencia que uno de estos aburridos días lleguen otra vez los dinosaurios calvos, cruel remedo de aquellos peludos de antaño para encenderle la potencia dura a los equipos y recordar aquellos gloriosos días en que Barranquilla se tomaba on the rocks.